Helena iba sentada en el asiento copiloto del auto, con el cabello recogido en un moño impecable.
Nicolás conducía con calma, atento al tráfico, pero de reojo la observaba porque ella no dejaba de mirar el celular, sonriéndole como si fuera una persona.
—¿Quién te ha sacado esa sonrisa? —preguntó Nicolás, sin apartar la vista del camino.
—No es ningún hombre, cariño —rio, al notar su interés—. Es Karen. Resulta que está embarazada de Paul.
Nicolás se ahogó con su propia saliva y empezó a toser como loco. Helena le dio varias palmadas en la espalda cuando se detuvieron en un semáforo en rojo.
—¿Estás bien?
—¿Paul? ¿Ese tonto también va a ser padre? —interrogó, y una suave sonrisa se formó en sus labios.
—Así es. Ya él lo sabe y le alegró mucho la idea —expresó Helena—. ¿Te imaginas, Nicolás? Nuestros hijos serán amiguitos en el futuro.
—Claro que sí.
Helena dejó de sonreír cuando vio una notificación sobre una noticia que involucra a Gabriel. Frunció el ceño, extrañada.
«¿Ah