Helena regresó a su oficina y lo primero que vio fue a Maikol haciendo una reverencia desesperada.
—¡Lo siento mucho! Quiero disculparme por no ser lo suficientemente profesional —habló, con un nudo en la garganta—. Tal vez le guste trabajar sola como lo mencionó, pero le ruego que no me despida. Llevo semanas buscando un buen trabajo como este para pagar el costoso tratamiento que necesita mi madre.
Maikol estuvo a punto de ponerse de rodillas, hasta que Helena lo detuvo por la vergüenza.
—¡No hace falta que hagas eso! —exclamó, con la voz atropellada—. Yo no tenía idea de tus carencias. Debí haberte preguntado antes por qué querías trabajar…
Maikol Alzó el mentón y para él, Helena fue como un ángel caído del cielo. Sus palabras lo hicieron llorar como un niño. Abrazó a Helena sin pensarlo dos veces.
—¡Muchísimas gracias! Jamás olvidaré la consideración que me tuviste. Prometo esforzarme para ser el mejor en mi trabajo —sollozó.
«Todos aquí están locos» pensó Helena.
Parpadeó.