Cap. 3 Decisión.

Mario decidió seguir recorriendo la feria. Era su primera vez allí y quería ver qué tipo de animales extraños o adorables se exhibían.

Mientras caminaba, se sorprendió al ver cuatro avestruces. Los había visto en libros y videos, pero no imaginaba que fueran tan altos y robustos.

—Bien, empecemos con la subasta de la primera pareja de avestruces. —La puja comienza en quinientos mil dalias, con incrementos de cincuenta mil.

Mario se alejó, pues no le interesaba. A medida que avanzaba, notó que todo en la feria giraba en torno a subastas. Desde aves hasta ovinos y caprinos, cada animal, grande o pequeño, era subastado.

—¿Acaso en esta feria todo se subasta? —preguntó Mario.

Alguien que lo escuchó respondió:

—Veo que es tu primera vez aquí.

—¿Qué pasó con la feria? —preguntó Mario, sacando el folleto que le había dado su padre.

La persona lo examinó y dijo:

—Qué raro… este folleto tiene la fecha mal. Es de hace siete años.

—¿¡Siete años!?

—Las cosas cambiaron recientemente. Ahora todos los animales que están en esta feria serán subastados al final del día.

—¿Todos los animales? ¿Y los concursos?

—Sí, bueno… antes los concursos servían para mostrar la belleza, fuerza e inteligencia de los animales. Los ganadores podían seguir viviendo o intentarlo el siguiente año. Eran tiempos hermosos. Pero ahora, los concursos solo sirven para presentar al animal antes de subastarlo. Ya no los ven como compañeros, mascotas o amigos… solo como ingresos.

—Bueno… qué se le va a hacer. Los tiempos cambian.

Mario se quedó helado. Luego salió corriendo, lo más rápido que pudo, hacia el área de las vacas del concurso.

Mientras corría, pensaba:

¿Será que mi padre me engañó? No… él no haría eso… ¿o sí? Tiene que haber una explicación.

Al llegar, vio que su padre no estaba. Se acercó a uno de los ayudantes, que estaba cepillando a Rex.

—¿Dónde está mi padre? —preguntó, jadeando cansado.

El ayudante lo miró, entendiendo lo que pasaba.

—Se fue a comprar algunas terneras para la granja. Debe estar por allá.

Mario se dirigió a la zona indicada. Había muchas personas, probablemente productores de leche o carne.

Recordó algo y se detuvo:

—Él siempre compra las mejores vacas. Cuando subasten una Holstein, seguro que él ganará. Solo me queda esperar.

—Bueno, señores, esa fue la última ternera Normando. —Ahora, para cerrar, comenzaremos con la subasta de las terneras Holstein. —Este año solo disponemos de veintidós ejemplares. —La puja comienza en ciento veinte mil dalias (12 mil dólares), con incrementos de veinte mil.

—Aquí está la primera. Es la más joven de todas. ¡Empiecen!

—Ciento cincuenta mil… ciento setenta mil… doscientos mil… doscientos veinte mil… doscientos cuarenta mil…

La gente dejó de pujar. Normalmente se vendían a doscientos cincuenta mil (25 mil dólares), ya que hacerlas crecer para que produzcan leche tomaba tiempo y dinero.

—Doscientos cuarenta mil a la una… a las dos… ¡vendida!

Mario se abrió paso entre la multitud:

—Permiso… necesito pasar…

Pero al llegar, vio que no era su padre, sino uno de sus amigos.

¿Dónde está mi padre? —pensó.

En ese momento, alguien le tocó el hombro. Era otro de los ayudantes.

—Joven Mario, su padre lo llama. Quiere hablar con usted.

Mario lo siguió hasta donde estaba Rex. Al verlo, dijo molesto:

—¿Me puedes decir por qué me engañaste?

Su padre lo miró con calma.

—¿De qué hablas? Ah… ya entiendo. Verás, hijo, en este negocio hay una lección muy valiosa.

—¿Cuál lección? —pregunto algo confundido.

—Nunca te encariñes demasiado con los animales —dijo su padre sonriendo.

—Me dijiste que si Rex ganaba, podría quedarse —dijo Mario molesto.

—Yo nunca dije eso. Dije que si no ganaba, le esperaría el mismo destino que los demás.

—¡Pero tú sabías lo que significaba para mí!

—Hijo, debes ser más listo que los demás, no confíes en todo lo que veas en internet. Mira a esas personas… perdiendo su tiempo en la subasta. Solo quedan las sobras.

—¿Y por qué no estabas en la subasta? Pensé que comprarías algunas terneras —dijo algo confundido.

—Y lo hice. Antes del día de la subasta hablé con algunos dueños y me llevé las mejores. Planeo expandir el negocio familiar. Abriré otra granja de leche.

Mario se sintió traicionado. Volviendo al tema, preguntó:

—¿Qué le pasará a Rex ahora? —pregunto Mario.

—Será subastado —dijo sonriendo.

—¿¡Subastado!?

—Me encantó ver cómo lo cuidabas, cómo lo hacías crecer. Lo hiciste bien. Ahora él es un ejemplar hermoso… y gordo. Hoy verás los frutos de haberlo criado bien.

—¡No! No dejaré que lo subastes. Me lo llevaré —dijo Mario molesto.

—Lo siento, hijo. Ya lo inscribí. No puedo permitir que lo retires así. Me haría quedar mal.

Mario se alejó, frustrado. Pensaba qué hacer.

¿Y si lo compro?

Tenía 745 mil dalias ahorradas (74.500 dólares). No gastaba mucho, pues se dedicaba a estudiar y a cuidar a Rex.

¿Vender mis cosas? ¿Pedir dinero prestado?

Calculó: vendiendo su PC Gamer, tablet, celular y otros objetos… no alcanzaría.

Maldita sea… ¿qué puedo hacer?

Recordó las tarjetas de crédito que recibió por su cumpleaños. Tal vez tenían un límite.

Sacó su celular y llamó al banco.

—Hola, habla Mario. Quería saber cuál es el límite de mi tarjeta.

—Hola, joven Mario. Déjeme ver… su límite es de dos millones de dalias.

Maldita sea… no será suficiente.

Sabía que Rex podría subastarse entre siete y nueve millones.

—¿Puedo pasar ese límite?

—Claro, siempre y cuando su padre se encargue de la deuda. Tendrá que pagar un interés del cinco por ciento antes de un año. ¿Está de acuerdo?

—Sí, claro que sí.

—¿Cuánto desea prestarse?

—¿Cuál es el límite máximo?

—Doce millones. Si desea más, debe venir personalmente. El interés sería del siete por ciento.

—Perfecto. Quiero el préstamo de doce millones.

—Muy bien. Su saldo es de doce millones setecientos cuarenta y cinco mil dalias (1.274.500 dólares)

—Gracias.

Mario estaba feliz. Podía comprar a Rex y tendría un año para pagar la deuda. Tendría que vender cosas, rentar a Rex como reproductor… pero no dejaría que otro se lo llevara.

Le pareció extraño que le permitieran el préstamo tan fácilmente. ¿Tal vez confiaban en su padre? No importaba eso ahora, lo que importaba era recuperar a Rex.

El concurso comenzó. Mario vio que había siete vacas participando, incluyendo a Rex.

Los resultados fueron anunciados. Rex no ganó, pero obtuvo el segundo lugar.

Mario sonrió. Si hubiera ganado el primer lugar, el precio habría sido aún más alto.

—Bien, empecemos la subasta con el primer puesto.

Mario estaba nervioso. Después de esa vaca, seguiría Rex.

En ese momento, alguien dijo:

—¿Mario? ¿Qué haces aquí?

Mario volteó. Era Cecilia, la chica que había ofrecido cien mil dalias por los pavos reales.

—¿Qué haces aquí? —preguntó él.

—Estas vacas de esa raza son lindas, esponjosas, suaves y hermosas. Me gusta coleccionar animales lindos. Así que te sugiero que elijas del tercer lugar hacia abajo… porque me llevaré al primero y segundo.

Con una sonrisa maliciosa, añadió:

—Planeo agregarlos a mi colección.

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