Cap. 4 Somos casi iguales.

—Maldita sea —dijo Mario en su mente—. Ahora tendré que enfrentarme a ella en la subasta.

—Muy bien, empecemos con la primera subasta del ejemplar ganador. —Se trata de una hembra hermosa, perfecta para iniciar un negocio rentable con la venta de sus crías. —La subasta comienza en cuatro millones, con pujas de quinientos mil en adelante. ¡Adelante!

—Cuatro millones… cuatro millones quinientos mil… cinco millones… cinco millones quinientos mil… seis millones… siete millones…

Mario notó que Cecilia no decía nada. Parecía esperar a que todos terminaran de pujar.

—¿Alguien ofrece siete millones quinientos mil? —Bien, siete millones a la una… siete millones a las dos…

—Ofrezco ocho millones —dijo alguien del público.

Todos se sorprendieron.

—¿Alguien ofrece más?

—Ofrezco nueve millones —dijo Cecilia, sonriendo por alguna razón.

Mario se quedó helado. Sabía que las hembras valían como máximo seis o siete millones, mientras que los machos rondaban los cinco o seis. Esto era un nuevo récord.

—No pensé que ella estuviera dispuesta a pagar tanto —murmuró Mario.

¿Cuánto dinero le dan cada semana? —se preguntó.

El presentador, sudando, anunció:

—¿Alguien ofrece nueve millones quinientos mil? —Bien, nueve millones a la una… a las dos… ¡vendida a la hermosa señorita del paraguas!

—El siguiente ejemplar es un macho de la misma especie. Hermoso, saludable, ideal como reproductor. —La subasta comienza en tres millones, con pujas de quinientos mil.

Mario frunció el ceño.

—¿Tres millones? Sé que los machos valen menos, pero mínimo esperaba que empezaran con cuatro.

—Cuatro millones… cuatro millones quinientos mil… cinco millones… cinco millones quinientos mil… seis millones…

La subasta se estancó en siete millones.

—Terminemos con esto de una vez —pensó Mario.

—Ofrezco ocho millones.

—¿Ocho millones? ¿No es mucho para un macho? —murmuraban algunos.

—¿Alguien ofrece ocho millones quinientos mil? —Bien, ocho millones a la una… a las dos…

—Ofrezco nueve millones —dijo Cecilia.

El presentador se secó el sudor. ¿Otro récord?

—¿Alguien ofrece nueve millones quinientos mil?

Mario apretó los puños.

—A ver si puedes con esto —pensó.

—Ofrezco diez millones —dijo Mario con una sonrisa.

—¿Diez millones?

—¿Alguien ofrece…?

—Ofrezco once millones —dijo Cecilia, con voz firme.

—¿Once millones quinientos mil? —preguntó el subastador.

—Ofrezco once millones quinientos mil —respondió Mario, preocupado.

Cecilia sonrió. Ya no debe tener mucho dinero, pensó.

—¿Alguien ofrece doce millones?

Mario miró a Cecilia. Ella seguía sonriendo.

—Ofrezco trece millones —dijo ella.

El presentador casi se desmaya.

—¿Alguien ofrece trece millones quinientos mil?

—Maldita seas, Cecilia —pensó Mario—. No puedo competir contra eso… a menos que…

Recordó algo que lo hizo sonreír.

—Ofrezco catorce millones.

—¿Catorce millones? ¿Está loco? —dijeron algunos del público sorprendidos.

—Apareció otro loco, aparte de ella —decían algunos.

Cecilia, sorprendida y molesta, gritó:

—¿Cómo puedes seguir pujando? ¡Se supone que ya no tenías más dinero!

El presentador, temblando, anunció:

—Catorce millones a la una… a las dos…

—Ofrezco quince millones —dijo Cecilia, con voz enojada.

—¿Qué tiene ese toro para valer tanto? —se preguntaban todos.

—Quince millones a la una… a las dos…

—Ofrezco dieciséis millones —dijo Mario, sonriendo.

Hubo un silencio. El presentador tragó saliva.

—Bien… creo que ya nadie…

—Ofrezco dieciséis millones —repitió Cecilia.

Una de sus sirvientas se acercó:

—Señorita, por favor… ya no continúe. Se supone que solo debía pujar hasta diez millones. Sus padres se enojarán.

Silencio.

—Dieciséis millones a la una…

—Ofrezco diecisiete millones —dijo Mario, sin perder la sonrisa.

El presentador bebió agua para calmarse.

—Ofrezco dieciocho millones —dijo Cecilia, mirándolo con odio.

—Diecinue…

Antes de que Mario terminara, uno de los ayudantes de su padre le tapó la boca.

—Disculpen a mi hijo. Es hora de que se retire. Yo continuaré en su lugar.

Minutos antes, el padre de Mario observaba la escena. Al principio le pareció graciosa, pero luego se preocupó. Está pujando como un loco.

Sonrió.

—Así que al fin pensaste en algo interesante.

Dedujo que Mario había pedido un préstamo, planeando usar el dinero de la subasta para pagarlo. Solo tendría que cubrir la comisión del banco y la subasta, vendiendo algunas cosas de su cuarto.

Mario intentó liberarse, pero los ayudantes lo sacaron a la fuerza.

—Lo sentimos, joven Mario. Son órdenes de su padre. Espero que nos perdone.

El padre de Mario se acercó al presentador.

—Ofrezco veinte millones.

—¿Veinte millones?

Miró a Cecilia y dijo en voz baja:

—Bien, señorita… ¿cuál es su última oferta? —¿Cuánto estaría dispuesta a pagar por recuperar algo que le fue arrebatado?

Las sirvientas de Cecilia lo miraron con odio.

—Ofrezco veintidós millones —dijo ella, molesta.

Todos quedaron boquiabiertos.

El presentador se perdió en sus pensamientos. El padre de Mario lo sacó de su trance:

—¿Bien? ¿Qué espera?

—Ah… sí… —Veintidós millones a la una… a las dos… ¡vendida a la hermosa señorita del paraguas por veintidós millones de dalias!

Mientras tanto, en otro lugar, Mario seguía intentando liberarse. Pero sus esfuerzos eran inútiles, pues carecía de la fuerza necesaria.

—Lo sentimos, joven Mario. Son órdenes de su padre.

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