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En el país llamado Nueva Génesis existía una gran adivina, capaz de ver el futuro. Pero al cobrar una gran cantidad de dinero por sus servicios, solo la gente rica acudía a ella. Sus predicciones siempre se cumplían. Muchos iban donde ella para evitar tragedias o aumentar sus fortunas, aunque la mayoría solo quería saber qué les depararía el futuro a ellos o a sus familias.
Un día, un hombre rico fue a verla, pues había escuchado que sus predicciones eran infalibles.
—Dime qué le pasará a mí y a mi familia en el futuro.
La adivina, preocupada, respondió:
—Una gran desgracia se acerca a ti y a tu familia. Lo perderás todo.
El hombre, sorprendido y angustiado, no podía creerlo. ¿Cómo era posible que todo lo que habían conseguido sus antepasados y él se perdiera así?
—Dime, ¿cómo perderé todo?
—Tu hijo será el causante. La forma en que lo crías provocará esta tragedia.
Él no parecía preocupado, sino más bien molesto.
—¿Hay algo que pueda hacer para evitar esta tragedia?
—Como te dije, la forma en que lo crías causará esta tragedia.
Molesto, se marchó. No creía en lo que ella había dicho.
Cuando pasó la siguiente persona, al verlo salir enfadado, preguntó a la adivina:
—¿Cuál era la razón para que él estuviera así?
—Lo perderá todo, al igual que tú.
—¿Qué?
Se sorprendió al escuchar eso.
—¿Cómo que lo perderé todo?
—Sí, así es. Y los causantes serán tus hijos.
No lo podía creer. La adivina, quien le había ayudado a incrementar aún más su fortuna, le decía que lo perdería todo.
—¿Es una broma, verdad?
—Me gustaría que lo fuera, pero solo veo caos, desgracia y desesperación en el mundo.
Muy preocupado, preguntó:
—Dime qué puedo o debo hacer para evitar esta tragedia.
—Educa muy bien a tus hijos. Dales fuerza y prepáralos para el futuro.
—¿Eso es todo?
—Lo siento, pero es todo lo que sé. Mi hora ha llegado.
—¿Cómo que tu hora ha llegado?
—Así es. Hoy, antes de la medianoche, alguien me matará.
—No, no lo permitiré.
Él le guardaba cariño. Ella lo había ayudado mucho, incluso lo había sacado de algunas crisis en el pasado. No iba a permitir que algo así ocurriera. Se fue y empezó a hacer algunas llamadas.
Mientras tanto, todos los que entraban y preguntaban por el futuro reaccionaban de distintas formas: algunos no lo creían, otros se molestaban, y algunos se preocupaban.
Muchos ricos, gente poderosa y peligrosa, le tenían gran respeto. Algunos le debían mucho por la ayuda recibida en el pasado. No permitirían que algo así sucediera. Era hora de devolverle el favor.
Todos se reunieron y decidieron llevarla a un lugar seguro: un búnker subterráneo. Contrataron guardaespaldas profesionales, personas con habilidades especiales y algunos mercenarios.
Muchos creían que, si ella sobrevivía hasta el día siguiente, la profecía no se cumpliría.
La dejaron en un cuarto especial. La única forma de llegar allí era atravesando a todos los guardaespaldas, expertos y mercenarios.
Las horas pasaban y nada ocurría.
Todos estaban algo tranquilos. Solo faltaban 22 minutos para la medianoche.
De pronto, algo pasó.
Las alarmas comenzaron a sonar. El lugar estaba bajo ataque.
Rápidamente llamaron para preguntar quiénes estaban atacando.
Desde la sala de seguridad, observando las cámaras, alguien gritó:
—¡Son seis! ¡Son seis! Están tratando de entrar, pero no pueden.
Estos seis lanzaban ataques: fuego, rayos, e incluso golpeaban la puerta usando sus armas de caos.
—¿Qué? ¿Cómo que solo son seis?
—Algunos tienen armas de caos nivel 2 y 3. El líder es de nivel 4.
Nota: Las armas de caos son una especie de tentáculos duros como el metal. Al final del tentáculo pueden tomar muchas formas: grandes martillos, cuchillas, lanzas, manos, etc. También pueden transformarse en alas para volar y atacar. El nivel se basa en la cantidad de tentáculos que poseen.
Algunos reían. Eran más de 200, y los atacantes solo seis. Aunque lograran entrar, no tendrían muchos problemas para vencerlos, pues algunos también tenían armas de caos.
—No puede ser... Esto no es posible... ¡Apareció otro más!
Por sus ojos carmesí, dientes y garras afiladas, no había duda: era un demonio. Pero lo que más los asustó fue ver que superaba el nivel máximo.
—Es un... demonio nivel 7.
Hubo un breve silencio.
—¿Qué? ¿Un demonio nivel 7?
—Sí. Es una mujer de nivel 7.
De pronto se empezaron a escuchar ruidos.
—¡Alerta, alerta! La puerta está empezando a romperse. Repito: la puerta se está empezando a romper.
—¿Qué? Eso es imposible. Son puertas gruesas de metal. Se necesitaría una...
—¡Alerta, alerta! Los intrusos han entrado. Repito: los intrusos han entrado.
Al escuchar eso, algunos empezaron a preocuparse.
—¡Al diablo con esto, yo me largo!
Muchos estaban asustados y pensaban huir.
Los ricos, que observaban desde las cámaras, gritaron:
—¿A dónde van? ¡Hicieron un trato!
Algunos, molestos, respondieron:
—¡Al diablo con esto! ¡No nos dijeron que pelearíamos contra algo como eso! —dijo alguien.
—Sí, es cierto —dijo otro preocupado.
—No vale la pena —dijo asustado otro.
—Escuchen, solo faltan dieciocho minutos. Les pagaremos el doble… no, el cuádruple. ¿Qué les parece? —dijo uno de los ricos, algo preocupado.
—¿El cuádruple? —dijeron muchos sorprendidos.
Todos al escuchar eso se motivaron. Además, para llegar donde estaban ellos, los intrusos debían atravesar una puerta el doble de gruesa que la principal. Todos empezaron a prepararse para atacar.
Cuando los intrusos llegaron a la puerta, comenzaron a golpearla como al principio. Después hubo un silencio. De pronto se escuchó un golpe tan fuerte que hizo temblar la puerta.
Solo faltaban once minutos para la medianoche.
Los segundos pasaban y el demonio seguía golpeando la puerta. Después de dos minutos, la puerta empezó a doblarse por los constantes golpes en el mismo lugar. Sabían que muy pronto los intrusos entrarían, así que comenzaron a preparar granadas de hielo, rayo y fuego.
Cuando se abrió un agujero en la puerta, todos comenzaron a disparar y lanzar granadas de hielo para congelarlo. Pero el arma de caos se encendió en llamas, impidiendo que pudiera ser congelada.
El demonio usó sus armas de caos para abrir aún más el agujero y permitir que sus compañeros pudieran entrar. Cuando el agujero fue lo suficientemente grande, retiró sus tentáculos y entró rápidamente.
Usando sus siete tentáculos, los transformó en alas con plumas. Estas plumas salieron disparadas como proyectiles. A medida que cada pluma puntiaguda era lanzada, se regeneraba rápidamente y volvía a dispararse.
Después de unos minutos, el lugar quedó en silencio. Fue una masacre. Las plumas eran duras como el metal y tenían casi la forma de un kunai, pero no duraban mucho tiempo. Una vez lanzadas, después de veintidós segundos empezaban a desaparecer, ya que eran creadas con energía o mejor dicho maná.
Al ver que aún quedaban algunos con vida, quienes habían sobrevivido gracias a las armas de caos que usaron para cubrirse, él sonrió y dijo:
—Mátenlos y suban de nivel con sus almas.
Rápidamente, los seis se lanzaron sobre ellos y comenzaron a devorarlos.
Los ricos que aún podían ver gracias a que sus cámaras no fueron destruidas por completo, suplicaban:
—¡Espera, por favor no lo hagas! ¡Te daremos millones, pero por favor no lo hagas!
Ella no los escuchó y fue directo hacia donde estaba la adivina.
La adivina, que había visto todo desde su cuarto, dijo:
—Sé que haces esto por venganza contra la humanidad, que te arrebató todo en las persecuciones… o mejor dicho, en la cacería de demonios. Pero si lo continuas este camino, tú también morirás.
Ella rompió la puerta y entró. Molesta, con una sonrisa, dijo:
—No me importa si muero. Solo quiero que todos sientan lo que yo sentí en el pasado.
Acto seguido, atravesó a la adivina con una de sus armas de caos y sacó un pequeño frasco donde guardó algo.
Lo que dijo la adivina fue cierto: ella murió antes de la medianoche, faltando exactamente dos minutos.
Todos los que la querían y respetaban le hicieron un funeral especial. La vistieron con seda y joyas muy valiosas. Su ataúd era de oro puro, y llorando se despidieron de ella.
Al día siguiente, solo algunos decidieron creer en la profecía. La mayoría se negaba a aceptar que lo perderían todo.
Los que sí creyeron comenzaron a educar a sus hijos desde pequeños. Muchos les quitaron gran parte del dinero para que aprendieran a valorarlo, cosa que no les gustó nada a los hijos. Algunos guardaron una parte por si algo ocurría: unos lo depositaron en bancos, otros compraron oro y plata. Pero la mayoría decidió continuar como si nada hubiera pasado.
Un hombre rico, dueño de la mayoría de granjas de producción de leche y carne de vaca del país, estaba preocupado por la profecía. Conocía a la adivina y no podía creer que sus granjas, fábricas y productos como carne, leche, helados, queso, mantequilla, yogur, etc., fueran a desaparecer.
Pensó en hacer algo para evitar la tragedia. Tenía dos hijos y una hija. Por precaución, decidió educar a uno de ellos y darle el 40 % de todo, mientras que los otros dos recibirían un 30 %.
Esperó algunos años para ver quién de los tres estaba interesado en el negocio familiar.
Cuando sus hijos —Lucía (14), Mario (15) y Adrián (17)— cumplieron edad suficiente, los puso a prueba.
—Escuchen, ya que es Navidad, hoy podrán elegir dos regalos de este lugar.
Todos estaban emocionados, aunque algo molestos por la reducción del dinero que recibían cada semana, pues cada semana desde el día de la muerte de la adivina empezaron a recibir menos dinero.
Mario vio que había muchas cosas: un auto, tres celulares, tres laptops, tres consolas de videojuegos, tres PC Gamer, tres boletos de avión para destinos turísticos, tres tarjetas de crédito con saldo de 100,000 dalias (10,000 dólares), y muchas otras cosas.
Mario fue directo hacia los equipos tecnológicos de último modelo. Estaba indeciso: ¿una PC Gamer, una consola, una tarjeta de crédito, un celular, un boleto para viajar?
Mientras tanto, su hermano y hermana peleaban por ver quién se quedaría con el auto.
Mario decidió mirar bien los objetos antes de elegir. Mientras lo hacía, vio que había tres terneros.
Se acercó a ellos. Le parecieron adorables, como peluches gigantes, con un pelaje extremadamente suave.
Había tres tipos: uno totalmente café con la nariz oscura, otro blanco con manchas café, y el último completamente blanco.
Mario comenzó a acariciarlos. El ternero café lo lamió.
Mario sonrió y se alejó.
Fue donde estaban sus hermanos y vio que Lucía había ganado. Ella festejaba mientras Adrián estaba enojado por haber perdido.
Mario fue donde su padre y preguntó:
—¿Qué hacen esos terneros aquí?
—Casi lo olvido. También pueden elegir uno si desean —respondió su padre—. Adrián, ¿por qué no eliges uno? Estoy seguro de que cuando crezca podrías venderlo y comprarte un auto con ese dinero.
—¿Criar un ternero? Me tomaría como dos años para engordarlo. No estoy interesado en eso. Además, mamá me dijo que me compraría un auto cuando termine la preparatoria —dijo Adrián, molesto.
Su padre estaba algo decepcionado. Le había enseñado tanto sobre la crianza de animales, pero al final descubrió que Adrián quería abrir una empresa textil, algo que no le gustaba mucho. Esperaba que eligiera un ternero y cambiara de idea para que se encargara del negocio familiar.
Después de esa decepción, fue donde estaba Lucía y le dijo:
—Lucía, ¿por qué no eliges un ternerito? Son muy lindos.
—No, gracias. No me gustan los animales —respondió ella.
Su padre se sintió aún más decepcionado.
Mario preguntó:
—¿Qué pasará con esos terneros si nadie los elige?
Antes de que su padre pudiera responder, Adrián —quien había elegido la PC Gamer y un boleto para viajar a cualquier lugar, pues quería visitar el país de Eris y conocer a las famosas súcubos— dijo:
—Lo más seguro es que vuelvan a la granja, donde serán engordados… y después se convertirán en chuletas.
—¿Chuletas?
Mario se asustó al escuchar eso. No podía permitir que ese ternero hermoso y bonito se convirtiera en chuletas. Pero también quería llevarse otra cosa además de la PC Gamer.
Estaba indeciso. Pensaba qué hacer.
Su padre, en silencio, pensó:
—No me decepciones tú también… Vamos, elige al ternero.
Después de pensarlo unos segundos, Mario dijo:
—Me llevaré una PC Gamer… y el becerro café.
Su padre, al escuchar esas palabras, se puso feliz. Tal vez había fracasado enseñándole a Adrián sobre el negocio familiar por ser su primogénito, pero esta vez se aseguraría de que Mario siguiera sus pasos. En caso de que la profecía se cumpliera, él estaría preparado.
Mario se acercó al ternero que había elegido, lo acarició y dijo:
—Desde ahora te llamarás Rex… y no dejaré que te conviertan en chuletas.







