CAPÍTULO 24. Maestro de espadas

CAPÍTULO 24. Maestro de espadas

El día pasa rápido, lleno de reuniones, y cuando me despido en la tarde para irme a casa, Christian todavía tiene el mismo entusiasmo de la mañana. Es evidente que está listo para comerse el mundo, pero al día siguiente en cuando llego a la oficina, lo primero que noto es que está de un humor de perros.

Su expresión está tensa, los nudillos de una de sus manos golpean rítmicamente el escritorio, y su café, que siempre bebe caliente, sigue intacto.

—¿Qué fue lo que hice? —pregunto acercándome mientras me ajusto los lentes de pasta gruesa y en cuanto levanta los ojos hacia mí, su mirada se suaviza.

—No tiene nada que ver contigo, te lo aseguro —suspira como si quisiera convencerme de que mi torpeza no es la causa de que esté así—. Alguien nos ganó el negocio.

Mis ojos se abren como platos y si hubiera moscas definitivamente entrarían en mi boca.

—¿EL de las acciones de energía limpia? ¡No puede ser! ¡Estoy segura de que entregué los papeles! ¡Ay Jesús! ¿S
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