La luz grisácea del amanecer se filtraba por las cortinas del apartamento de Nerea cuando Danna abrió los ojos. Cada músculo de su cuerpo protestaba—hombro dislocado palpitando, corte en cuello ardiendo, moretones floreciendo como flores venenosas en su piel.
Nerea estaba sentada en silla junto al sofá, taza de café en manos, ojeras profundas marcando su rostro.
—Llevas despierta toda la noche. —La voz de Danna salió ronca.
—Alguien tenía que vigilar que no murieras en tu sueño. —Nerea bebió su café sin apartar la mirada—. Y ahora que estás viva y consciente, vas a explicarme qué mierda está pasando. Todo.
Danna se incorporó con cuidado, cada movimiento una agonía. Su teléfono descansaba en mesa de centro, pantalla iluminándose constantemente con notificaciones.
Lo tomó con dedos temblorosos.
47 llamadas perdidas de número que reconocía como Liam. 23 de Stephano. Mensajes de texto que se contaban por docenas.
Y afuera, en el recibidor del edificio donde el portero dejaba entregas, dos