Mundo de ficçãoIniciar sessãoDesperté en un jardín que no debería existir, y la Tierra me esperaba con una taza de té como si no acabara de congelar cuatro diosas en ámbar cósmico.
El aire aquí tenía un peso diferente, denso con el aroma de flores que jamás había visto y otras que reconocía de libros de historia como extintas desde hace millones de años. Rosas gigantes del Cretácico se alzaban junto a orquídeas doradas que brillaban con luz propia, mientras helechos prehistóricos creaban sombras verdes sobre senderos de piedra pulida. El suelo bajo mis pies—¿tenía pies?—se sentía sólido y cálido, como si la tierra misma pulsara con vida.
Un diplodoco de cuello largo pastaba tranquilamente a unos metros, compartiendo el espacio con un grupo de humanos vestidos con túnicas que parecían de la antigua Mesopotamia. Niños corrí







