93. Amor de mi vida

Con la ayuda de Javier, Fabio se dejó caer con precaución en la banca de la iglesia, luchando por dominar el sudor que perlaba su frente. Atravesar el pasillo, sin mostrar ni un atisbo de dolor ante los saludos de conocidos, había sido un desafío.

Y aunque ahora se apoyaba en un bastón debido a la lesión en la pierna sufrida días atrás, el recuerdo del instante en que despertó sobre el asfalto de la carretera que conducía a su hogar persistía. El dolor, la impotencia y luego la rabia se unieron con fragmentos borrosos de los eventos que llevaron a que se fractura la rodilla.

Ni siquiera sabía por qué seguía vivo.

—¿Necesitas algo? —preguntó Pablo tras él.

—Estoy bien, gracias.

Miró cómo los féretros blancos y de tamaños dispares estaban colocados uno al lado del otro frente a todos, y su mente lo llevó a momentos lejanos, donde la hermosa Susana Acevedo le sonrió por primera vez y él se dio cuenta de que se había enamorado de su manera de ser.

Evitó con habilidad los momentos oscuros
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