Capítulo dos: A veces

Dos meses después del incidente…

15 de julio de 2017

Anthony Norman Reeves y Nickolas Carpenter fueron condenados a veinticinco años de prisión sin libertad condicional. Los hermanos de Leah se habían encargado que todo el peso de la ley cayera sobre ellos a medida que el juicio se iba llevando a cabo. Habían sacado trapos sucios de los criminales de hasta debajo de las rocas. El final había sido bueno, pero sus hermanos seguían refunfuñando que hubiesen preferido cadena perpetua a unos míseros veinticinco años.

Ella por su parte estaba feliz, sabía que a partir de ahora tendría que tener más cuidado a la hora de salir de casa, porque enemigos de su padre había por todos lados, pero enemigos de sus hermanos…bueno, el mundo estaba lleno de ellos.

No solo por las empresas multimillonarias que ellos dirigían, herencia de su padre y varias que ellos mismos habían sacado a flote, sino que sus hermanos ejercían un papel muy importante en el FBI. Se encargaban de desmantelar grandes carteles de capos de la droga, de todo el país. Lo que no era poco.

— ¿Has pensado que harás el año que viene? — la voz de Ryan la sacó de su ensimismamiento. Miró a su rubio hermano, notando no por primera vez que era todo lo contrario a ella y negó con la cabeza.

— He visto algunas universidades, pero no sé dónde presentar una carta.

El tema de las universidades había sido el foco de atención de sus hermanos desde que quedaban menos de tres semanas para que se graduara. El tema del dinero no era un problema, por lo que podría enviar una carta en cualquiera de la Ivy League y esperar a entrar.

Obviamente sus hermanos querían que entrara a Harvard y saliera siendo una perfecta empresaria, pero no estaba segura si el ámbito de las empresas y los números era lo suyo.

— Puedes ir… — ella lo cortó negando con la cabeza.

— No quiero que me presiones. — el auto se detuvo frente a la cárcel a la que tenía que asistir por orden del psicólogo.

Él se encogió de hombros, pero no saco el seguro de la puerta.

— ¿Estás segura que quieres hacer esto? — la fachada de chico rudo se rompió frente a sus ojos, toda la familia Héller la había pasado bastante mal cuando fue secuestrada dos meses atrás por unos tipos que pertenecían a un cartel de droga al cual su padre había estafado.

— Tengo que, si no, no podré seguir con mi vida. — el Doctor Robert Shaprino, recién licenciado y dolorosamente rico, le había dicho que tenía que sacarse varias preguntas para seguir adelante, y la mayoría de ellas serian contestadas por las personas que la habían agredido.

— No es que no quiera que sigas adelante con tu vida y todo eso, pero podríamos haber llamado por teléfono o algo. — la frustración de su hermano era palpable. Bastaba con decir que los últimos meses no había salido de su casa sin un grupo de diez tipos vestidos de negro siguiéndola.

Sus compañeros de clase habían dejado de hablarle, pues cada vez que se acercaban los tipos ya habían desenfundado sus armas y apuntaban a sus cerebros para matar.

Todos. Al. Mismo. Tiempo.

Todavía se preguntaba como hacían eso, si era algo planeado o solo les salía, como respirar. Se recordó preguntarle luego a su guardaespaldas más cercano.

— Te llamare cuando termine, no te quiero dentro. — le advirtió ella con un gruñido cuando vio cómo su hermano abría la puerta de su lado del vehículo.

— Solo quería acompañarte a la puerta. — no iba a caer esta vez.

— Si, como cuando me dijiste que me acompañarías a la puerta del baño del aeropuerto y cuando salí ya habías espantado a todas las mujeres del lugar diciendo que estabas en una misión de detección de bomba. — todavía recordaba ese día.

¡Habían salido en las noticias! Los rostros de los hermanos Héller plasmados en la pantalla siendo agradecidos por el pueblo y el aeropuerto completo por desactivar una bomba terrorista.

Y una m****a, ella vio cómo su hermano armaba la maldita cosa en cuestión de segundos, no iba a preguntar de donde la saco, y luego la sacaba fuera del baño alegando haber visto a un hombre dejarla allí, cuando la desarmo con muchísimo cuidado fue aplaudido por las miles de personas que estaban allí. Todos gritando lo heroico que había sido y las mujeres desmayándose por lo hermoso que era.

— Eso fue improvisado, no estaba en mis mejores días. — admitió cerrando las manos sobre el volante del auto.

— Pues no te quiero improvisando en la cárcel.  Te llamare cuando este saliendo, mientras tanto te quedas aquí. — no quería ser condescendiente con su hermano, pero estaba sintiéndose agotada de que la siguieran todo el día.

Sus amigos tenían miedo de acercarse a ella, cuando podían hacerlo eran abiertos de manos y piernas y revisados hasta los recovecos más oscuros de su cuerpo en busca de armas o cualquier objeto que pueda infligir algún daño severo en su cuerpo.

Nadie quería relacionarse con una persona por la cual tenía que ser manoseada todo el día para dirigirle una palabra, pensó mientras atravesaba la entrada del lugar.

Un oficial de policía la miro de pies a cabeza, supo que no encajaba en aquel lugar, su ropa de marca y zapatos Louis Vuitton eran un constante recordatorio de ello. El oficial enarcó una ceja en su dirección, pero decidió ignorarla y presentó el permiso que había pedido al juez para aquella visita.

— ¿Señorita Héller? — preguntó una voz femenina a un costado.

Leah se volteó con el ceño fruncido y miró a la mujer pelirroja y delgada que le sonreía de manera profesional.

— ¿Si? — preguntó.

— Viene por la visita, sígame por aquí. — señaló una puerta.

El oficial le entregó el permiso.

— Tengo que revisarla, Mary. — asintió el hombre en dirección a la mujer.

— Rápido. — dijo la mujer volteándose contoneando las caderas.

Leah resopló, pero decidió ignorarla. No tenía todo el día para eso, y era mejor hacerlo rápido.

Las primeras semanas no podía siquiera escuchar el nombre de esos hombres, tampoco podía dormir sola. Lo cual tenía a sus hermanos turnándose durante la semana para compartir habitación con ella. Por las noches las pesadillas atormentaban sus sueños, haciendo que despierta a mitad de la noche gritando y sudando.

No era nada lindo.

Luego de que el oficial revisará su cuerpo con un detector de metales paso por su lado y dejo en una canasta de plástico su cinturón y las hebillas para el cabello. Además de su billetera.

— Los mantenemos en celdas de alta seguridad porque intentaron escapar varias veces desde que están dentro…bueno, uno de ellos intento hacerlo. El otro se mantiene al margen, pero tus hermanos pidieron que ambos estén encerrados en el mismo lugar y tenemos que cumplir con los requisitos de los agentes. — habló la mujer.

Leah murmuró un asentimiento a su comentario. Su piel erizándose de repente cuando entraron a la parte de máxima seguridad de la cárcel.

— Mantenemos a los más peligrosos en esta zona. Nadie ha podido escapar aquí desde que el nuevo jefe del departamento de policías entró hace cinco años. — anunció la mujer posando su mano en una pantalla que media huellas.

Observó como la puerta se abría y una fila de veinticinco puertas de acero apareció a cada lado de las paredes.

La mujer sonreía de oreja a oreja, orgullosa mientras caminaba, haciendo resonar sus tacones en el suelo mientras sacaba una tarjeta de seguridad de su bolsillo.

— Primero los veras por la ventanilla y luego un oficial te acompañara a la sala de visitas donde llevaremos a ambos para que puedas hablar con ellos. — le dio una mirada de compasión —. Sé que esto es difícil para ti, así que lo haremos lo más rápido posible.

Sus ojos observaron como la mujer presionaba un botón a un lado de la puerta número 23 y un metal se corría dejando espacio a un cuadrado de 20x20. Leah se acercó con paso vacilante cuando Mary se hizo a un lado y le dio espacio suficiente para ver dentro de la celda sin tener que acercarse demasiado.

Dentro había dos figuras. Manos estaban ocultas dentro de unos cubos de metal y sus pies estaban encadenados con gruesas cadenas.

Parecía que habían perdido más de quince kilos desde que los había visto por última vez, su respiración se atascó en su garganta cuando dos pares de ojos se cruzaron con los suyos. Un par la miraba con furia, tanta ira y venganza hirviendo en ellos, y el otro solo tenía resignación en ellos.

— Muy bien, el oficial Wood te llevara a sala mientras alguien se encarga de estos hombres. — la mujer aplaudió al aire y caminó delante de ellos moviendo su culo de manera exagerada.

Leah hizo una mueca y el joven oficial a su lado tosió en un vago intento de ocultar su risa. No pudo.

— Tiene complejo de estrella, piensa que nadie sabe que se acuesta con el jefe. — comentó el chico.

Ella rio. — No lo habría siquiera pensado. — mintió.

Aunque no habría pensado que era con el jefe, pero si alguien de alto rango.

— Eso no quiere decir que sea una mala persona, simplemente su mente la hace creer cosas que no son. — vio cómo se encogía de hombros. — de todos modos no es algo de lo que deba hablar. — sonrió, mostrando sus blancos dientes.

— No, creo que no deberías decir nada. — ella contestó. Sus tacones resonando en el suelo cuando entraron en la sala de visitas.

Sus ojos escanearon el lugar, observando que no todas las mesas estaban ocupadas. Los presos estaban vestidos con sus trajes naranjas y sus pies encadenados. Todo parecía salido de una película.

Había mujeres que sonreían a sus maridos con amor, como también otras que tenían rostros serios. Las risas de los niños penetraban en su corazón mientras miraba con amor la escena de la familia frente a ella.

El padre de la niña miraba con amor a su pequeña, su corazón se retorció con dolor cuando el recuerdo de unos ojos azules parpadeo en su mente. Lo borro con una sacudida de cabeza. No era momento de pensar en ello.

— El oficial Wilson se encargará de escoltarte a la salida cuando termines con tu charla. — anuncio el chico. Su sonrisa se mostró una vez más y la dejó en una mesa vacía.

Lo vio caminar unos pasos y luego el volteo.

— Soy Bryden, por cierto. Bryden Wood. — el le guiñó un ojo y desapareció por las puertas.

Leah se sentó en la silla del otro lado, las mesas perfectamente diseñadas para que los presos sean esposados a ella. Sus pies repiqueteaban con fuerza en el suelo mientras los nervios comenzaban a florecer. Sus manos sudaron y su respiración se incrementó a velocidades desiguales.

Podía sentir las lágrimas escociendo en sus ojos cuando los vio aparecer escoltados con seis policías, dos de ellos tenían sus armas desenfundadas apuntando a sus cabezas. Las cadenas hacían ruidos cuando eran arrastradas y las miradas de todos fueron a ellos, silenciando las charlas de la sala.

Fijó su vista en uno de los oficiales que apuntaba el arma. Por alguna razón su cara le sonó conocida de algún lado, pero no podía recordar de dónde. El rubio cabello cenizo recortado al estilo militar y unos ojos color ámbar. El ceño del policía estaba fruncido mientras se concentraba en los hombres frente a él. Su cuerpo delgado, pero musculoso, se movía con fluidez mientras caminaba con la vista fija en su objetivo, pero atento al resto de la sala.

Cuando llegaron a su lado su corazón tembló, un miedo paralizante punzo, pero lo echó atrás. Cuadró sus hombros y levanto la mirada, enfrentándose a su miedo más reciente.

— Vaya, vaya, vaya. Mira nada más que tenemos aquí. — la voz de Nicholas resonó en la sala. Su sonrisa mostró un labio herido y un diente faltante.

Leah bajo la mirada, pero rápidamente la elevo.

Ella era una Héller, hija de su padre, hermana de dos personas poderosas. No se echaría atrás por unos criminales, nadie tenía que intimidarla.

— Me comentaron que no recibes muchas visitas por aquí. — murmuró ella con tono neutro.

La sonrisa de Nicholas vaciló, su mirada se fijó en los oficiales que esposaban sus manos a la mesa. Anthony se mantenía callado.

— Señorita Héller, es un placer recibirla aquí. Los oficiales Wilson y Colt se mantendrán aquí por su seguridad a pedido de sus hermanos. — explicó un hombre.

Leah se puso de pie y tendió su femenina mano hacia el hombre. 

— Mucho gusto, oficial…

— Soy el Alcaide del establecimiento, Mitchell Rayderson. — anunció tomando su mano.

Se sorprendió, no esperaba alguien tan joven, el hombre no debía tener más de treinta años. Un rostro perfectamente creado por dioses para causar estragos entre las mujeres. Ojos grises como nubes de tormenta la observaron por unos segundos y luego sonrió. Como si leyera sus pensamientos.

— Tienes media hora, no puedo extender más tiempo. Espero que tu visita sea agradable. — asintió en dirección a los oficiales y se alejó caminando.

No pasó desapercibido para las demás mujeres, pero a pesar de saber que ese hombre era hermoso, no sintió nada.

Los demás oficiales lo siguieron, dejando a Colt y Wilson observando como halcones a los hombres frente a ella.

Soltando un suspiro Leah tomo asiento y observó a los hombres que mantuvieron cautiva tanto tiempo meses atrás.

— Mi psicólogo me mando a hablar con ustedes para seguir adelante después de lo que paso. — comentó

Anthony solo la miro, pero no dijo nada.

— Tu psicólogo es una m****a, cariño, pero vamos a lo importante. ¿Qué quieres saber? — preguntó Nick. Como si fuesen amigos de toda la vida.

Su barbilla tembló.

— ¿Por qué? — indagó. Sabiendo que el sabría perfectamente a lo que se refería.

Él sonrió, mientras tiraba su cuerpo atrás, en un vago intento de verse relajado.

— Negocios, cielo, todo es sobre negocios. Tu padre se metió en una m****a muy grande con nosotros y mi jefe solo buscaba un medio de pago eficiente. El negocio de la blanca está bien pagado, pero un secuestro a un señor de la mafia es mucho mejor…obviamente la cagaste —se encogió de hombros, como si no importara —. Y aquí estamos, tú haciendo preguntas tontas y yo respondiendo como buen chico. — se encogió de hombros.

Sus dientes se presionaron con fuerza.

— ¿Quieres decir que arruinaste mi vida por nada? — examinó tranquilamente. Aunque por dentro se estaba muriendo.

El hizo una mueca, pensando en su respuesta.

— No arruine tu vida, tu sola lo haces. Le das demasiada importancia a las cosas. — Leah presionó sus dientes con fuerza y se puso de pie.

— Eres un bastardo de m****a que piensa que es el culo del mundo, espero que te pudras en cárcel y te desangres por el culo cuando te empalen. — gruñó. Se puso de pie y miró a los policías.

— Creo que debo irme. — susurró, con sus fuerzas abandonando su cuerpo.

Uno de los oficiales hizo una seña a los hombres que lo habían acompañado anteriormente, se acercaron con pasos firmes y se encargaron de llevar a los hombres a la celda.

Sin esperar más siguió al oficial a la puerta.

Sus ojos dejaron escapar unas cuantas lágrimas, pero lo ignoro mientras salía a trompicones atravesando el pasillo. Su respiración irregular causaba pequeñas nubes de vaho mientras el frio de octubre perforaba sus huesos.

— ¿Estás bien? —escuchó una ronca voz detrás de ella.

Sorprendida se volteó y observó al oficial Wilson seguirla. Con su uniforme negro y su rubio cabello resaltaba en aquel lugar, sus facciones hermosas como las de un modelo de revista.

Ignorando el revoloteo en su interior asintió con la cabeza.

— Si, solo…fue decepcionante. — admitió, ralentizando su paso cuando un oficial se acercó con sus pertenencias. Murmuro un agradecimiento y lo observó alejarse.

Él se encogió de hombros y comenzó a caminar a su lado.

— No tendrías que haber esperado sacar alguna respuesta de todo esto, la respuesta siempre será “porque si”. — contestó el oficial mientras se detenía a firmar la hoja de visita finalizada con ella.

— El psicólogo…

El soltó una risa y sostuvo la puerta de vidrio abierta para ella. Leah frunció el ceño ante la seca risa del oficial.

— ¿Qué? —preguntó con desdén evidente. No le gustaba que la gente se riera de ella, mejor dicho no estaba acostumbrada a ello.

— Nada, solo… solo no deberías hacer caso a todo lo que un psicólogo dice. — admitió el en voz baja mientras saludaba con su cabeza a un oficial en el pasillo.

Solo faltaban dos puertas más para la salida, y por alguna razón no quería recorrer ese camino fuera de aquel lugar.

— ¿Y eso lo dices por…? — inquirió.

— Experiencia, el psicólogo es solo una pequeña ayuda a tus problemas, pero no siempre es efectivo. funciona solamente con las personas que quieren ser ayudadas. — le dió una mirada que Leah no pudo interpretar. — Deberías intentar buscar las respuestas en otro sitio.

— Intenté, simplemente no se pudo. — el oficial abrió la última puerta y le hizo una seña con la mano mientras inclinaba su cabeza en señal de saludo.

— Espero que tu visita haya sido reconfortante, un gusto. —Leah asintió con la cabeza y con sensación de pesar atravesó la puerta en dirección al estacionamiento, donde podía ver perfectamente a Ryan inclinado contra su asiento jugando con su teléfono.

Soltando un suspiro de cansancio caminó hacia el estacionamiento.

Subió al auto con una mueca, sus zapatos estaban provocando ampollas debajo de los dedos y podía asegurar que algunas ya sangraban. No le pasaba eso desde que comenzó a usar zapatos con tacones a los doce años, lo cual era preocupante. No quería tener que ir al SPA con feas ampollas en sus pies.

— Eso fue más rápido de lo que pensaba. — habló su hermano mientras ella acomodaba su trasero en el asiento. Leah se fijó en que no miro su rostro, supuso que por eso no lo tenía haciendo pregunta tras pregunta sobre su aspecto.

— Perfectos colaboradores. — murmuró sarcásticamente. Aunque Ryan se enteraría luego de la visita, de momento prefería evitar todo tipo de preguntas y llegar a su casa lo más rápido posible.

Con un sentimiento de abatimiento pesando sobre ella cerró los ojos y apoyo la cabeza contra el vidrio, pensando en que haría la semana siguiente cuando llegara la sesión con el doctor.

La conversación con el oficial Wilson parpadeaba en su mente, pesando en si era cierto lo que le decía. ¿Podría ella fácilmente olvidar todo si se lo proponía? ¿Sería tan sencillo dejar pasar todo el infierno que había vivido?

— ¿Qué piensas? — preguntó Ryan, observándola por segundos, no queriendo quitar la vista del camino mucho tiempo. El accidente automovilístico que tuvo años atrás, donde murió uno de sus amigos, lo había dejado con un gran trauma. A pesar de saber que no era su culpa, Ryan seguía pensando porque no había hecho demasiado por salvar la vida de su amigo.

— Nada —mintió —. Solo quiero llegar a casa y dormir un poco.

No vivía con su madre, ninguno de ellos lo hacía.

La casa de la señora Héller era una mansión en la orilla de la playa donde llevaba a sus muchos novios por las noches…o los días. No era bienvenida allí, motivo por el cual vivió en un club de motociclistas durante tres meses completos. Cuando sus hermanos volvieron de Londres, donde estuvieron viviendo hasta que llegó a sus oídos la noticia de que su hermana vivía en la calle.

Lorie no dudó en firmar los papeles para que los gemelos fueran los tutores. Con una casa en condiciones para la crianza de un niño, un trabajo estable, y un examen psicológico aprobado ya eran tutores legales de su hermana menor.

— Dan llego hace unos minutos a la casa, llevo a Carter con él para pasar el fin de semana. — comentó.

Carter era el menor de los Héller, con siete años de edad era el bebé de la familia. Lamentablemente no vivía con ellos, su madre no estaba dispuesta a alejarse del único niño que le quedaba. Así que ellos podían tenerlo en su casa los fines de semanas. Pero las últimas dos semanas el niño había estado de viaje con su madre, así que todos estaban ansiosos por verlo de nuevo.

— Mamá dijo que podíamos quedarnos con él en las vacaciones, ella irá a Cancún con Andrew y no quiere niños cerca. — gruñó Ryan la última parte.

— Claro que no lo hace. — murmuró con sorna.

Su madre no era precisamente la mujer más cariñosa del mundo, Leah lo sabía por experiencia propia.

— Escucha…— Ryan se removió incomodo en el asiento y la miro fijamente.

— No quiero más malas noticias, Ryan. — cerró los ojos y paso su  mano por su cabello.

Las calles estaban poco concurridas, así que en cuestión de minutos llegarían a la entrada de su casa en el barrio privado donde sus hermanos insistieron en construir la casa cuando tuvieron edad suficiente para manejar el dinero que les pertenecía por derecho.

La mansión apareció frente a ella cuando abrió los ojos. La típica construcción moderna-ecológica ya había salido en la mayoría de las revistas de casas, la mitad de la casa estaba construida con vidrio a prueba de balas y elementos raros que el FBI declaraba como seguros para que el lugar sea tan seguro como un bunker.

— Hablamos con Dan sobre llevarte a hacer papeleo con nosotros mientras tengas tu tiempo libre. — comentó él, pareciendo normal.

— Algo oí sobre ello. — mintió. Era buena escabulléndose y oyendo cosas que no debería. Sabía que sus hermanos planeaban llevarla a la empresa para que su cabeza no este ocupada con el secuestro todo el tiempo.

Se había enfadado, pensando en cómo ellos querían manejarla como una marioneta, pero luego alejó esas ideas de su cabeza. Sus hermanos solo querían lo mejor para ella y si consideraban que utilizar todo su tiempo era algo bueno…pues lo haría.

— Pero también pensamos que podías buscar tú que querías hacer con ello. — sabía que era difícil para el dejar que ella tome una decisión como esa. Estaban acostumbrados a buscar siempre lo mejor para ella, eso incluía tomar decisiones que algunas veces no le correspondían.

— ¿Enserio? — preguntó con sorpresa.

El asintió a regañadientes.

— Dentro de unos años tendrás que tomar tus propias decisiones y tenemos que practicar el dejar equivocarte de vez en cuando.

Leah sonrió, sabiendo que ahora estaban en la misma página.

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