La victoria de Keith había dejado un rastro de cenizas frías y una estela de humillación en el Salón de Té. Duncan, habiendo cedido públicamente, se había retirado en silencio para hacer una llamada que nadie escuchó, una retirada táctica que lo excluía del drama, pero que, para Elara, era una deserción emocional. Keith, triunfante, se había instalado en el sillón más cómodo, observando el circo con una sonrisa divertida mientras rellenaba su plato de galletas con meticulosidad. Ahora, con el padrino confirmado y la "unidad" familiar restaurada, Grace decidió que era el momento de volver a la normalidad, elevando el tono de la reunión hasta casi la histeria para llenar el vacío de la tensión.
—¡Maravilloso, maravilloso! —exclamó Grace, frotándose las manos y secándose rápidamente una lágrima de alivio fingido. La fachada social estaba intacta, y eso era lo único que importaba—. Ha sido un pequeño malentendido, pero la sangre es la sangre. Ahora, Elara, cariño, siéntate aquí, a mi lado