La luz de la tarde apenas se atrevía a entrar en el Salón de Té de la mansión, una estancia más íntima y acogedora que la biblioteca, decorada con terciopelo profundo y porcelana delicada. Las paredes, revestidas en una seda color burdeos oscuro, absorbían el sonido, creando un silencio casi opresivo que solo el suave tintineo de las cucharillas lograba romper. Elara se sentó en un sofá de dos plazas de terciopelo verde esmeralda junto a Duncan, su prometido, frente a Grace, la madrastra de Duncan. El rostro de Grace, generalmente severo y tallado en una perfección fría, mostraba ahora una anticipación casi juvenil, la satisfacción de una general supervisando el inicio de una campaña exitosa.
Sobre la mesa de centro de caoba pulida, cuya superficie reflejaba el tenue resplandor, una pila de catálogos de floristas importados, volantes de diseñadores de pasteles y muestras de telas esperaban ser revisadas. Sedas pesadas, encajes franceses y pequeños cuadrados de tafetán color marfil ate