Elara se acomodó en su silla, con la taza entre las manos, fingiendo interés en el té que ya no sabía a nada. Grace seguía hablando sobre Caroline, sobre su energía vibrante, sobre lo mucho que esperaba que se llevaran bien. Elara asentía, respondía con frases cortas, pero su atención estaba dividida.
Keith no la miraba directamente ahora. Parecía concentrado en su café, en el periódico doblado junto a su plato. Pero Elara lo conocía. Esa calma era una máscara. Y entonces, lo sintió.
Un roce.
La punta de su zapato. Luego, la rodilla. Keith había movido la pierna bajo la mesa, y ahora su muslo rozaba el de ella. No fue brusco. No fue torpe. Fue intencional en su precisión, disfrazado de accidente.
Elara se tensó. Su cuerpo reaccionó antes que su mente. Quiso apartarse, deslizar la pierna hacia un lado, romper el contacto. Pero cuando lo intentó, Keith levantó la mirada.
No dijo nada. No hizo ningún gesto. Solo la miró.
Y en esa mirada estaba la orden.
No te muevas.
Elara se quedó quiet