—¿Estás seguro? —indaga sabiendo bien la repuesta.
—Las cámaras no miente, preciosa; uno de los nuestros fue el traidor —le contesta.
—¿Y saben quién es? —inquiere sin poder salir por completo de su estupor.
—Nop —le responde—. Conocía bien donde estaban las cámaras y mantuvo su identidad lo más oculta posible —explica y ella aprieta con fuerza su celular—. Pero —continúa alargando la palabra—… puedo jugar un poco con su complexión y lo poco que tengo de su rostro para ver que puedo hallar y reducir a toda la correccional a solo unos cuantos.
—¿Y qué mierda estás esperando? —le reprende Noe.
—Estoy en marcha —dicho eso, corta la llamada. Ella queda por unos segundos de más con el celular en la oreja antes de girarse a mirar a su hombre quién todavía hablaba por teléfono.
—Voy a ir, Esposito, ya te dije que seguiré trabajando —El morocho corta la llamada sin dejar que su jefe pueda acotar algo más—. Eso salió bien —le dice a su mujer con su sonrisa torcida.
—Uno de los nuestros mató al