—¿Qué quieres decir? —inquiere Noe con brusquedad.
—Quiere decir que —interrumpe Cristóbal que los estaba escuchando a distancia—, si Medina tiene algo que ver con este suceso tengo que defender sus derechos.
—¿En verdad piensan que él lo mato? —indaga, no creyendo que haya sido el responsable.
—No —responde con firmeza y seguridad Esposito.
—Pero tenemos que averiguar qué pasó —habla López.
—Él estuvo aquí y después el acusado aparece muerto —explica Cristóbal—. Tu padre solo quiere que investigue que sucedió, estoy aquí para que Medina no sea hostigado injustamente.
—Eres un abogado, no tienes derecho a estar aquí —retruca Noe casi queriendo sacarlo del lugar de una patada en el culo.
—Estoy a un paso de ser fiscal, Noe, lo sabes, y tu padre me pidió este favor, también asegurándose que me ayudaba a mi carrera —le explica sin tomar en cuenta que ella estaba discutiendo.
—Medina no lo pudo haber matado. Eso es imposible. No lo conoces —escupe todo junto sin dejar que su cabeza vaya a