Dimitri llegaba todos los días por la mañana a mi casa. Él me miraba de arriba abajo y luego me daba un beso al que respondía con entusiasmo. Después de lo que pasó esa noche sobre su coche, lo empezamos a hacer cada vez que teníamos oportunidad; era como si buscáramos recuperar las horas perdidas.
El timbre sonó mientras yo estaba desayunando. Dejé la taza de café a un lado y fui a abrir. Obviamente era él, así que caminé con lentitud, abrí la puerta y allí estaba, con un cachorro de orejas puntiagudas y pelaje negro en los brazos.
— Te he traído un regalo, así no te sentirás sola en los momentos en que no esté — me dijo con una sonrisa.
Yo le quité el cachorro y lo miré, era tan hermoso.
— ¿De qué raza es? ¿No crecerá mucho, verdad? — le pregunté.
Dimitri sonrió ampliamente.
— Es un dóberman, son pequeños — me dijo.
Lo miré a los ojos. ¿Acaso este tipo pensaba que yo era una idiota?
— Mi apartamento es muy pequeño para un perro tan grande — le dije.
Dimitri me ignoró y entró.
— No v