El cristal vibró cuando Valeria cerró la puerta del apartamento con un golpe seco. La rabia le recorría el cuerpo como una corriente eléctrica, haciendo que sus manos temblaran mientras arrojaba el bolso sobre el sofá.
—¿Se puede saber qué demonios te pasa? —La voz de Enzo resonó a sus espaldas, grave y contenida, como un trueno lejano anunciando tormenta.
Valeria se giró, enfrentándolo con la barbilla alzada. El vestido negro que llevaba se adhería a sus curvas como una segunda piel, recordatorio de la cena de negocios que acababa de convertirse en un campo de batalla.
—¿Que qué me pasa? —replicó, soltando una risa seca—. ¿De verdad me lo preguntas después de comportarte como un maldito cavernícola posesivo delante de todos tus socios?
Enzo cerró la puerta tras él, su imponente fi