El Teatro alla Scala de Milán resplandecía bajo las luces estratégicamente colocadas. La pasarela, un camino de mármol blanco que serpenteaba entre las butacas de terciopelo rojo, aguardaba el momento culminante de la Semana de la Moda. Valeria, tras bambalinas, sentía el pulso acelerado mientras sus asistentes daban los últimos toques a la pieza que cerraría el desfile: su obra maestra.
—Cinco minutos, señorita Hidalgo —anunció una asistente con acento italiano.
Valeria asintió, incapaz de articular palabra. Sus dedos recorrieron la tela del vestido que pendía del maniquí: seda color marfil que se degradaba hasta un intenso carmesí en la falda, como si el tejido sangrara y luego sanara. Bordados en hilo de oro dibujaban cicatrices que, lejos de afear la prenda, la convertían en algo sublime. Cada puntada representaba una herida cerrada, cada plie