El silencio entre ellos era denso, casi tangible. Valeria permanecía inmóvil, con los brazos cruzados sobre el pecho como si intentara protegerse de lo que estaba por venir. La luz del atardecer se filtraba por los ventanales del apartamento de Enzo, tiñendo todo de un dorado melancólico que contrastaba con la frialdad que emanaba de ella.
Enzo se pasó una mano por el cabello, desordenándolo aún más. Sus ojos, habitualmente seguros y dominantes, ahora vagaban por la habitación, incapaces de enfrentar directamente la mirada acusadora de Valeria.
—Necesito que me escuches —comenzó él, con la voz más baja de lo habitual—. Lo que escuchaste... no es lo que parece.
Valeria soltó una risa seca, desprovista de humor.
—¿En serio, Enzo? ¿Vas a usar esa frase? Creí que eras más original.
Él apret&