Mundo ficciónIniciar sesiónLa luz del atardecer se filtraba por los ventanales del ático, bañando la estancia con tonos dorados y carmesí. Valeria permanecía inmóvil en el centro de la habitación, como una estatua atrapada entre dos fuerzas gravitacionales. A su derecha, Enzo Costa, con su imponente figura recortada contra el horizonte de Madrid; a su izquierda, Alejandro, con aquella mirada que siempre había sabido desarmarla.
El silencio pesaba como plomo derretido. Ninguno de los tres se atrevía a romperlo.
—Creo que merezco una explicación —dijo finalmente Alejandro, su voz contenida pero vibrante de emoción—. Llego de Barcelona pensando que podríamos retomar lo nuestro y te encuentro con... él.
Enzo dio un paso adelante, su mandíbula tensa y los ojos oscurecidos por algo que Valeria reconoció como posesividad pura.
—No hay nada que explicar —respondi&







