La habitación del hotel se había convertido en un campo de batalla. El aire, denso y cargado, parecía vibrar con cada palabra lanzada como dardo envenenado. Valeria permanecía de pie junto a la ventana, su silueta recortada contra las luces nocturnas de Madrid, mientras Enzo y Alejandro se enfrentaban en el centro de la suite.
—¿Realmente creíste que podrías aparecer así y reclamarla como si fuera de tu propiedad? —espetó Alejandro, su mandíbula tensa y los puños cerrados a los costados—. Valeria no es un trofeo, Costa.
Enzo, con su imponente figura envuelta en un traje oscuro que acentuaba la palidez de su rostro, esbozó una sonrisa que no alcanzó sus ojos.
—Hablas de propiedad cuando fuiste tú quien la trató como una pieza desechable —respondió con voz engañosamente calmada—. ¿O ya olvidaste cómo la traicionaste?
Valeria se giró bruscamente. Sus ojos, brillantes de furia contenida, se clavaron en ambos hombres.
—Basta. Los dos. No soy un objeto q