El atelier de Alejandro, ubicado en el último piso de un edificio antiguo en el centro de Madrid, era un espacio que respiraba creatividad. Grandes ventanales permitían que la luz natural bañara cada rincón, iluminando las telas dispuestas sobre maniquíes y los bocetos esparcidos por las mesas de trabajo. Valeria observaba fascinada cómo el diseñador se movía con precisión entre sus creaciones, con la confianza de quien domina su arte.
—Nunca pensé que me invitarías a tu santuario creativo —comentó ella, deslizando los dedos por un trozo de seda color esmeralda.
Alejandro sonrió sin apartar la vista del boceto que estaba perfeccionando.
—Hay pocas personas a las que les permito entrar aquí. Considéralo un privilegio.
Valeria se acercó a la mesa donde él trabajaba. El diseño que tomaba forma bajo sus manos era audaz, elegante y con un toque de rebeldía que reconoció como propio.
—¿Esto es...?
—Para ti —confirmó él, levantando finalmente la mi