La luz del atardecer se filtraba por los ventanales del ático, bañando la estancia con tonos dorados y anaranjados. Valeria contemplaba la ciudad desde la terraza, con la mirada perdida en el horizonte. Los últimos días habían sido una montaña rusa de emociones, y ahora, mientras el sol se ocultaba lentamente, sentía que algo dentro de ella también se transformaba.
Enzo la observaba desde el umbral de la puerta, cautivado por la silueta de Valeria recortada contra el cielo rojizo. Su cabello negro ondeaba suavemente con la brisa, y por un instante, el empresario italiano sintió que el tiempo se detenía. Había luchado tanto contra sus sentimientos, había construido muros tan altos alrededor de su corazón que creyó impenetrables. Y sin embargo, ahí estaba, completamente rendido ante la única mujer capaz de desarmarlo con una mirada.
—¿En qué piensas? —preguntó Enzo, acercándose hasta situarse junto a ella.
Valeria giró levemente el rostro, permitiénd