El silencio que reinaba en la sala era tan denso que podía cortarse con un cuchillo. Valeria permanecía inmóvil, con la mirada fija en los documentos esparcidos sobre la mesa de cristal. Su respiración, entrecortada, era el único sonido que rompía aquella quietud insoportable. Enzo, a su lado, mantenía una mano sobre su hombro, pero ella apenas sentía su contacto.
—Tiene que haber un error —murmuró finalmente, su voz apenas un susurro quebrado—. Mi madre no puede estar involucrada en esto.
Pero las pruebas eran irrefutables. Fotografías, transferencias bancarias, correos electrónicos encriptados que el equipo de Enzo había logrado descifrar. Todo apuntaba a que Claudia Hidalgo, la elegante y respetada madre de Valeria, había sido durante años una pieza clave en la red de tráfico que ahora los perseguía.
—Lo sient