Pasaba del mediodía, cuando el sacerdote llegó para oficiar una misa, la cantidad de personas reunidas era minúscula, esto prácticamente era para poder darle un último adiós, a Alberto Priego de manera digna.
Después de la misa, el cuerpo saldría acompañado por Caterina y Leonardo al lugar donde sería cremado. Guadalupe había sido convencida de no insistir en ir, ella debía guardar reposo.
La misa transcurrió sin problemas, Guadalupe estaba sentada y Pietro sostenía su mano, ella temblaba y su rostro estaba lleno de lágrimas.
Le dolían los ojos, sentía que ya no tenía nada más que llorar, pero el nudo en su pecho le impedía dejar de hacerlo.
Massimo agarraba la mano de la abuela, aunque este no se atrevió a decirle nada, intuía perfectamente que ella no debía estarlo pasando bien.
Su dolor era silencioso, de vez en vez se le escapaba una lágrima, pero trataba de mantener el mismo semblante fuerte de siempre.
Al término de la misa, Guadalupe se levantó y muy despacio caminó hacia el