Horas más tarde, Caterina, su hijo y nieto regresaban a casa con la urna y las cenizas del abuelo Alberto.
Caterina las sostenía como si de eso dependiera su vida, no veía la ahora de llegar a casa y poder llorar tranquilamente en su habitación.
Ella sentía que la vida había sido muy injusta, le estaba jugando una mala pasada.
Su matrimonio no había terminado de la mejor manera, años más tarde pudo conocer a quien pudo haber sido su esposo, se enamoró de él y ahora le había tocado verlo perecer.
- ¡Hijos míos! Necesito ir a descansar, han sido unos largos y cansados días. Si gustan cenar, avísenle a Leopoldo. –dijo la abuela mientras caminaba hacia su habitación.
- Madre, ¿Te encuentras bien? –dijo Leopoldo al ver cómo se marchaba.
- Padre… -dijo Massimo tomándole el hombro y haciéndole señas, negando con la cabeza.
Leonardo entendió esto y no preguntó nada más. Ambos fueron a la sala, Leopoldo no tardó en llegar, les llevaba café.
- Señores Pellegrini, disculpen. ¿Van a querer cenar