De vuelta en La Toscana, Massimo llevaba una semana en casa de la abuela, cuidaba diligentemente de su esposa, incluso uno de esos días se había atrevido a prepararle el desayuno y llevárselo a la cama.
- ¡Massimo está delicioso! ¡Nunca imaginé que cocinarás! - dijo Guadalupe sorprendida.
- Bueno, hay muchas cosas que desconocemos de cada uno, pero de hambre no me voy a morir. - dijo Massimo sintiéndose orgulloso de su logro.
- ¡Ya veo! ¡Está delicioso! ¿Quieres? - Dijo la chica mientras estiraba el cubierto con un trozo de pan francés.
Él aceptó su gesto con gusto, poco a poco, Guadalupe estaba bajando la guardia y eso le estaba agradando a Massimo.
Toda la semana, Massimo había dormido en la misma cama que su esposa, era curioso porque ella, desde el primer día, se había quedado muy en la orilla y cuando despertó, estaba en los cálidos pero fuertes brazos de su esposo.
El primer día se resistió y le pidió que no volviera a suceder, al parecer, Massimo no era quien la llevaba a sus