Para cuando el almuerzo terminó y los dueños ya los habían colmado de agradecimientos, Livia se marchó con el corazón ligero. Escuchar historias sobre embarazos era emocionante, especialmente las de las primerizas. Y gracias a su toque travieso, ya había empezado a planear qué “antojos” tendría cuando quedara embarazada… solo para fastidiar a su marido.
—Cariño, ¿a dónde vamos ahora? —preguntó mientras caminaban hacia el estacionamiento.
—Voy a llevarte a casa.
—¿Qué? ¡Nooo, no quiero ir a casa! —protestó, soltándole el brazo y pisando fuerte el suelo.
¿Dijiste que saldríamos, pero solo querías compañía para almorzar?
Seguía con los labios fruncidos en un puchero obstinado cuando Damian se detuvo y se giró.
—¡Ven aquí! ¿Olvidaste que sigues castigada? ¿Otra vez buscando problemas? —le hizo un gesto con los dedos.
—Jajaja, claro que no, Su Majestad. Haré lo que usted ordene —respondió enseguida, enlazando su brazo con el de él.
Discutir con él ahora sería como lanzarse directamente al