Jenny se sentía atrapada, tironeada en todas direcciones. No estaba lista para abrir su corazón lo suficiente como para recibir lo que David estaba a punto de decir, aunque ya supiera la respuesta. Así que decidió: no hablaría del tema. No ahora.
—Jenny.
Bien. Lo que sea. Dilo. Di lo que tengas que decir.
—¿Qué? —cedió al fin. Al final, las palabras que debían decirse, se dirían, aunque dolieran. Eso se repitió Jenny a sí misma, usando una de las frases “profundas” que Sophia solía robar de publicaciones cursis en redes sociales.
—Entonces... ¿crees que el señor Alexander dejará que Livia ayude con la boda de Lisa?
Una vez más, Jenny apoyó la cabeza contra la pared. Error otra vez. Maldijo lo despistado que era David, pero en el fondo se sintió agradecida de que no mencionara su confesión.
Así que va a fingir que nunca lo dije.
—Papá dijo que se lo preguntará directamente al señor Alexander, pero con cómo están las cosas ahora, me preocupa un poco —David sacó su teléfono—. Si Livia no