La tienda en línea podía seguir funcionando como de costumbre… pero con una lista interminable de condiciones.
En la parte más alta de esa lista estaba el requisito de ser obediente y dulce, por supuesto, según los estándares arbitrarios del joven amo.
Esta vez, Livia no podía discutir ni suplicar por una sentencia más leve. Aceptó todo con el corazón abierto. Lo más importante era que podía salvar la tienda y a todos los empleados que dependían de ella para vivir.
Ni siquiera quería imaginar los rostros tristes de su equipo si todo se iba a pique.
Esa mañana, recibió un nuevo teléfono.
Habían pasado varios días desde que la tormenta había amainado, y Livia lo aceptó con una sonrisa radiante.
—Gracias, asistente Brown, por reemplazar mi teléfono —dijo, mirándolo con una sonrisa encantadora pero con la mirada afilada—. Te has tardado bastante en conseguirme uno nuevo, ¿no crees?
Su tono era dulce, pero el deje de molestia era inconfundible.
—Mis disculpas, señorita. Era parte del casti