La miseria del castigo de Kylie dentro de la oficina del mayordomo Matt continuaba.
La chica estaba sepultada bajo una montaña de cartas de disculpa, con las manos temblando por el cansancio. El mayordomo Matt entró, sosteniendo un sobre, para revisar cuánto había avanzado.
—¿Aún sigues en pie? —preguntó, echando un vistazo a su trabajo.
Una pila de papeles, el doble de gruesa que antes, descansaba frente a ella. Parecía que ya había terminado de copiar todas las reglas de la casa. Ahora solo le quedaban las cartas de disculpa.
Vaya, tienes más determinación de la que pensaba, niña.
Kylie levantó la mirada y soltó una risita delirante. Su mente estaba nublada. En la hoja, las letras impresas parecían bailar, perseguidas por su escritura temblorosa que se inclinaba a la izquierda y a la derecha. Algunas partes eran, sin duda, ilegibles.
El mayordomo Matt es un buen hombre, el mayordomo Matt es un buen hombre... se repetía una y otra vez, aunque en el fondo quería maldecirlo. Y para col