Aunque el rostro de Damian estaba torcido por una ira abrasadora, Livia se obligó a reunir el valor para hablar.

Pensó que esta era la oportunidad que Dios le había dado: la única chance para escapar de la jaula dorada que Damian había construido a su alrededor.

Todo lo que quería era un poco de libertad.

Para Livia, solo había dos posibles desenlaces: si ganaba, obtendría su libertad; si perdía, las cadenas del “amor” de su joven amo la atarían aún más fuerte.

¿Funcionará si vuelvo a mencionar el nombre de Helena? murmuró entre dientes.

Aunque la duda aún titilaba en sus ojos, Livia tomó una decisión.

—¡Déjame ir! —gritó, alzando la voz—. ¡Helena sigue en tu corazón, ¿verdad?!

Sus palabras quedaron flotando en el aire, apretándole el pecho. Decir ese nombre le dolía, pero así fuera: ese era el precio que debía pagar por su libertad.

—Aunque lo sabía y me dolía, traté de soportarlo. No soy tan ciegamente celosa como tú —continuó, jadeando mientras intentaba apartar el cuerpo de Damian