Era fácil fingir una sonrisa; Livia lo había hecho infinidad de veces en los primeros días de su matrimonio. Había perfeccionado el arte de sonreír delante de Damián. Incluso cuando estaba molesta, podía mostrar una sonrisa tan dulce como la de una modelo en pasarela.
Su suegra era igual. Apenas llegó al vestíbulo para recibir a los invitados, su rostro cambió de inmediato, mostrando una calidez y una sonrisa de bienvenida.
—Así que tú eres Livia. Felicidades por tu matrimonio. Tu tío y yo no pudimos asistir a la boda.
Una mujer de aspecto amable se levantó en cuanto vio entrar a Damián y a su esposa. Extendió la mano hacia Livia.
—Gracias, tía —respondió ella con una sonrisa cortés, estrechando su mano. Luego todos se sentaron en el sofá.
—Damián, tu esposa es bellísima. Y los dos se ven muy felices juntos —dijo la mujer, con una sinceridad que evidenciaba un alma bondadosa, una mujer sencilla que siempre buscaba lo bueno en la vida.
—Gracias, tía. Livia realmente es hermosa. —Damián