Hoy, Damián llegó a casa más temprano de lo habitual.
Aunque el contrato entre Damián y Livia ya había terminado oficialmente, el asistente Brown seguía enviándole el horario de Damián a Livia—por petición de ella. Y cada vez que lo recibía, Livia dejaba lo que estuviera haciendo, tomaba a Leela y volvía a casa de inmediato.
Aquella noche, mientras esperaban la cena, los dos permanecieron en el dormitorio.
Todavía vestidos, Damián de repente sugirió que jugaran a un “juego de masajes” para matar el tiempo. Sonaba inocente, pero Livia sospechaba que era una trampa disfrazada.
—Quítate la blusa —ordenó él, asegurando que quería darle un masaje para aliviar su cansancio del trabajo.
Livia se sujetó la prenda con fuerza, negándose con todas sus ganas.
—¡Ni lo sueñes!
Su grito fue tan fuerte como el de él. Sabía que si realmente se quitaba la blusa, el hombre obtendría exactamente lo que quería.
—Últimamente te has puesto bastante atrevida, ¿eh? —Damián inclinó la cabeza hasta rozarle la o