Livia hizo un puchero. —Cariño, ¿por qué te detuviste?
Su rostro, que un instante antes rebosaba asombro y emoción, se torció en una mueca de decepción. Sus labios se adelantaron en una protesta infantil. Había estado disfrutando cada segundo de tensión, y aun así, Damian tuvo el descaro de detenerse justo en la mejor parte. Era como ver una telenovela y que, de pronto, apareciera en pantalla el maldito “Continuará”.
—Estoy cansado —dijo Damian con toda calma, riendo al ver la carita malhumorada de su esposa.
—¿Por qué te vuelves aún más dulce bajo el sol…? —murmuró, rozando con el dorso de la mano la mejilla de Livia, como si ignorara por completo que ella seguía esperando ansiosa el resto de la historia.
‘¿¡En serio!? ¿Por qué parar justo en el clímax?!’ refunfuñó Livia por dentro, entre la frustración y la curiosidad ardiente. ‘Después de que Brown se arrodilló… ¿le ruega entre lágrimas? ¿Se pelean a gritos? ¿O acaso… se abrazan?’
—Vamos, entremos. Hace calor —dijo Damian, poniéndo