Livia se sentía a la vez divertida e irresistiblemente irritada, pero también increíblemente afortunada. Tal vez realmente era una de esas pocas mujeres en el mundo que tenían un esposo como Damian. Aun así, estaba tan exasperada que casi quería llorar—y pellizcarle la mejilla—solo para que se diera cuenta de que estaba bien.
Un golpe en la puerta suavizó la mirada excesivamente preocupada de Damian. Antes de que la puerta se abriera, Livia subió la manta, cubriéndose las piernas y la cintura.
Primero entró el asistente Brown, seguido por el mayordomo Matt con una taza, y detrás de él vino Kylie con una pequeña bolsa en la mano izquierda.
—¿Qué es esto? —preguntó Damian, tomando con cuidado el vaso que Matt le ofrecía.
—Todavía está un poco caliente, señor. Té de jengibre con miel y semillas de chía. Para calentar el estómago de la señorita Livia —explicó Matt, entregándole una pequeña cucharita.
‘¿Qué es esto? Estoy en mi período, no recuperándome de una enfermedad grave. Todas las m