Con los ojos todavía cerrados y el sueño aferrándose a él, Damian extendió la mano hacia el otro lado de la cama. Su mano, que normalmente se acurrucaba cálida sobre el hombro de su esposa, no encontró más que sábanas frías.
Claro… ella no estaba allí.
Damian siempre se sentía inquieto cuando Livia se levantaba antes de que él despertara. Afuera, el mundo seguía sombrío, con ese azul profundo que indicaba que era plena noche.
—¿Dónde está mi Livia? —susurró para sí.
—¡Livia! —su voz resonó por toda la habitación. Esta vez gritó más fuerte.
Finalmente, una voz se escuchó desde el baño.
—Estoy en el baño, amor. Vuelve a dormir. Luego me uno a ti.
Oír su voz calmó un nudo en su pecho, y Damian dejó que su cuerpo desnudo cayera de nuevo sobre la cama. Se estiró hasta que su cabeza chocó contra la almohada… pero no cerró los ojos. Esperó.
El grifo se abrió. El sonido del agua corriendo llenó la tranquila villa. Agarró una almohada, abrazándola mientras esperaba que ella saliera. Pero pasar