—Ahora hazte responsable de tus actos despreciables.
La voz de Damian sonaba baja y molesta mientras yacía junto a Livia, con la mano firmemente apoyada en su pierna—solo lo suficiente para impedirle escapar. Sabía que ella quería huir.
La mente de Livia era un caos. Todo le daba vueltas. David era su hermanastro. Compartían la misma sangre de su padre. ¿Cómo podía ser cierto lo que Damian insinuaba? ¿Que su propio hermano era el “otro hombre”? Era una locura.
—Les compraste muchos regalos a otros hombres —dijo Damian con frialdad—. ¿Y el mío dónde está?
Livia parpadeó, confundida. ¿Qué más podía querer? Su armario ya rebosaba de prendas de diseñador, piezas hechas a medida por las casas más prestigiosas. Incluso el centro comercial donde ella compraba le pertenecía a su familia.
—No me digas que ni siquiera te molestaste en conseguirme algo.
Damian alargó la mano, atrapó un mechón de su cabello y lo enredó en su dedo. La atrajo hacia él, presionando su mejilla contra la suya.
—Si me