56

Noche fresca.

El viento levantó un mechón del cabello de Livia. Aunque lo había recogido con cuidado, sus ondas suaves se negaban a mantenerse en su sitio, rozándole las mejillas con la brisa.

—Perdone que la hiciera esperar, Señorita.

Maya se acercó con una sonrisa brillante e inocente, trotando hacia donde Livia estaba sentada en la zona de descanso, detrás de la casa. Algunas criadas andaban cerca, distraídas con sus teléfonos, pero ninguna se atrevía a acercarse a Livia. Preferían mantener la distancia antes que buscarse problemas innecesarios.

—Esta noche tengo trabajo que hacer —añadió Maya con suavidad.

—No pasa nada. Solo quería darte esto. —Livia le tendió una pequeña bolsa de papel.

—¿Qué es esto? —Maya parpadeó, confundida, mientras abría la bolsa—. Señorita, yo no merezco un regalo de usted…

A pesar de sus palabras, la alegría brilló en sus ojos. Pero Maya sabía muy bien quién era la mujer que tenía delante. Incluso si Livia insistía en llamarla amiga, ella debía mantener
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