La rutina diaria de Livia giraba en torno a un modesto local de dos pisos en un distrito de oficinas bullicioso. Allí vivían sus sueños—antes de casarse y, aun ahora, siendo la esposa de Damian.
Ponía el corazón en su profesión, aferrándose a la esperanza de que algún día aquel pequeño negocio se convirtiera en su salvavidas, en su vía de escape.
En la planta alta, montones de ropa infantil estaban ordenados con precisión según el estado de los pedidos. A cada pila se le prendía un papel con el nombre del cliente. Esa era la responsabilidad de Livia: la ropa de niños. Abajo, Tiffany se encargaba de la ropa para adultos.
Livia estaba sentada con las piernas cruzadas, el móvil en la mano, respondiendo a los pedidos por chat en línea.
—Tallas S y L con motivo de coche. Igual que el modelo de superhéroe.
Sus empleadas se movían con eficacia: sacaban los artículos del almacén, los etiquetaban con las órdenes y los preparaban para el envío.
Bostezó, cubriéndose la boca con una mano mientras