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La cena de aquella noche tuvo un sutil, pero brutal, reacomodo.

La señora Alexander movió apenas su silla, lo suficiente para dejar un lugar junto a Damian—para Helena.

Tras volver del despacho, Helena no habló mucho. Caminaba en silencio detrás de Damian y solo respondía cuando la señora Alexander o Sophia le dirigían la palabra.

Livia, sentada a su lado, intentaba descifrar la expresión de Damian. Pero sus pensamientos estaban sellados a piedra y cal. Sus ojos no le daban la más mínima pista.

Se inclinó hacia un plato para servirle una guarnición a Damian—pero Helena se le adelantó.

Con una gracia ensayada, Helena ya había colocado verduras y carne ordenadamente en el plato de Damian.

La señora Alexander sonrió con orgullo y dio unas palmadas en el hombro de Helena.

—Anda, Helena. Tú también debes comer.

Helena sonrió tímida, recibiendo aquella aprobación como si hubiese ganado un gran premio.

Livia se quedó en pausa, la cuchara suspendida en el aire. Luego, sin decir nada, sirvió l
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