El que más detestaba aquella situación era Brown. Su rostro estaba amargado—como un montón de periódicos viejos abandonados en una terminal húmeda. Normalmente se veía elegante incluso sin sonreír, pero hoy no.
Dio un paso al frente.
—Señorita Helena, por favor, cuide su conducta —dijo con frialdad.
Helena soltó el abrazo, aunque mantuvo su sonrisa azucarada. —Perdón, asistente Brown. Es que extrañaba tanto a Damian.
La sinceridad en su mirada era inconfundible, pero a Brown claramente no le importaba.
—Joven maestro. —Brown tocó el brazo de Damian con suavidad.
Como si despertara de un trance, Damian parpadeó y al fin miró a Helena. Su mirada se suavizó. —No has cambiado. Siempre haces lo que quieres.
Helena soltó una risita, cubriéndose la boca con una mano en un gesto elegante que derretiría corazones.
Livia casi rió también. Sentía que estaba presenciando una actuación en vivo de una actriz deslumbrante. Por un segundo, hasta le dieron ganas de pedirle una selfie.
—Es realmente de