18

La noche aún no había terminado.

Para Livia, la paz solo llegaba cuando los ojos de Damian estaban cerrados. Hasta entonces, su guardia tenía que permanecer alta y firme.

—¿Dónde está mi celular?

Livia se lo entregó, que acababa de recuperarlo de la mano del señor Matt. Al igual que ella, el mayordomo se había quedado en el despacho detrás de Damian.

—No entren. —La voz de Damian sonó fría.

El señor Matt hizo una reverencia y salió en silencio.

Y así, Livia quedó sola con el diablo en persona.

—Busca el libro con este título —dijo, entregándole un papelito con su caligrafía.

Ella se acercó a la enorme estantería, con el estómago encogido.

Pasaron diez minutos. Aún no encontraba el libro.

—¿No sabes leer?

—Lo siento.

Quiso poner los ojos en blanco con tanta fuerza que casi se le salen, pero en su lugar sonrió.

Una actuación digna de un Oscar, de verdad.

Finalmente lo encontró y se apresuró a dárselo. Pero Damian no había terminado.

—Parece que esta estantería necesita un cambio. Reorde
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