Livia cerró los ojos. Aún no sabía por qué se había casado con él. Pero recordaba una conversación en particular con el asistente Brown:
—Asistente Brown —le había preguntado—, ¿puedo preguntarte algo?
—Por favor, señorita.
—¿Sabes por qué el señor Damian eligió casarse conmigo?
—…No.
—No puede ser que no lo sepas.
—De verdad que no lo sé.
—Olvida que pregunté —dijo ella con una sonrisa amarga—. Déjame preguntarte otra cosa.
—Por favor.
—¿El señor Damian se acuesta con mujeres distintas cada noche?
—No.
—¿Eso es todo? ¿Puedes darme algo más que una palabra? ¡Me estás confundiendo!
El asistente Brown no dijo nada más. Su silencio fue más frustrante que útil.
Ella suspiró. No intentaba husmear por celos. Solo tenía curiosidad. Tal vez si entendía mejor a Damian, podría encontrar la manera de hacer que la dejara ir.
—¿Qué tipo de mujer le gusta? —preguntó.
—…¿Quieres convertirte en el tipo de mujer que le gusta al señor?
Livia lo miró fijamente.
Qué broma.
¿Cambiarse a sí misma? ¿Cuando