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Helena rió amargamente, pensando en cuánto la había amado Damian alguna vez. Pero ese amor venía con límites, tantas reglas sofocantes que no podía romper.

En aquel entonces, solo quería escapar—solo por un momento. Creía que podría correr libre, bailar, gritar, saborear el mundo exterior… y luego volver con Damian como si nada hubiera cambiado.

Pero nada salió como imaginaba.

—Ahora, nada de eso importa —dijo Brown con voz plana—. Te han dejado.

Qué perfecto era el asistente Brown, siempre eligiendo las palabras que más dolían.

—¡¿Qué hice mal?! —gritó Helena.

—¿Todavía tienes el descaro de preguntar? —se burló él—. Señorita Helena, traicionaste la sinceridad del amor del joven maestro. Luego manipulaste a ese tonto, el señor Noah, para cubrir tus pequeños planes. Y lo peor de todo: intentaste desviar el corazón de la joven dama. Ese fue tu mayor error.

Helena bajó la cabeza, las uñas clavándose en las palmas bajo la mesa. Quiso gritar, desahogarse. Pero esas palabras… la golpearon c
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