El tiempo pasó. Cuando Brown regresó, estaba visiblemente más tranquilo.
No había encontrado pastillas en la tienda.
Eso significaba que el trabajo de la señorita estaba a salvo… por ahora. El señor Damian no cerraría su negocio a la fuerza y, una vez que el castigo terminara, ella podría volver discretamente a trabajar como de costumbre.
Una rara sensación de paz se instaló en la mente de Brown.
Cuando entró en la oficina presidencial, Damian seguía sentado tras el escritorio, aparentemente absorto en sus pensamientos.
Una buena señal.
Brown se permitió una ligera sonrisa. Cuando el ánimo de Damian estaba así, el mundo parecía marchar un poco mejor.
Colocó una caja sobre la mesa con un suave golpe. Un guardaespaldas entró detrás de él, apoyando con cuidado un gran retrato enmarcado contra la pared.
Damian lo notó de inmediato.
—¿Qué es eso?
Brown se irguió.
—Objetos de la infancia, señor. De la tienda de la señorita. Esto —señaló el marco— parece ser de su madre.
Damian se levantó de