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Brown se veía visiblemente molesto. Cerró la puerta tras de sí y volvió a donde Damian estaba sentado en su escritorio.

—¿Qué pasa?

—La señorita Helena está abajo. Insiste en verlo.

Damian guardó silencio, dejando lentamente la pluma que tenía en la mano. Sintió cómo una oleada indeseada de frustración lo invadía. Aun así, si no dejaba las cosas claras de una vez por todas, Helena jamás entendería que todo había terminado.

—Déjala pasar —dijo al fin—. Esta será la última vez que la vea.

—Joven amo, no es necesario —se apresuró a ofrecer Brown—. Yo me encargo de ella.

—No. Déjala entrar —insistió Damian, sacudiendo la cabeza—. No quiero que Livia se encuentre con ella. Asegúrate de que todos guarden silencio sobre esto.

Brown asintió y se dio la vuelta para irse. Ahora parecía aún más irritado que antes. En cuanto salió, el personal de secretaría lo siguió como sombras nerviosas.

—Díganle a todos los que vieron entrar a Helena que cierren la boca. El señor Damian no quiere que se hable
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