Mientras tanto, el edificio del Grupo Alexander estaba lleno de actividad. Los empleados iban y venían por los pasillos, cumpliendo con sus tareas para ganarse el sueldo del mes.
En el último piso, dentro del ascensor presidencial, Damian estaba de pie junto al asistente Brown.
—¿Dónde está Leela? ¿Qué hace ahora? —preguntó Damian con aparente casualidad.
—Va camino al aeropuerto. Le ordené que se encargara del problema en la sucursal de transporte fuera de la ciudad —respondió Brown.
—No. Cancela eso. Envía a otra persona —dijo Damian con un tono que no admitía réplica.
Brown frunció el ceño.
—¿Por qué? ¿Adónde va usted, joven amo?
—Quiero almorzar con Livia.
Brown parpadeó, incrédulo.
—¿Por qué?
Damian soltó una ligera risa.
—Está castigada, ¿recuerdas? No puede salir de casa. Si come sola todos los días, se sentirá sola. Así que la invitaré a mi oficina a almorzar. Prepáralo todo.
La expresión de Brown se torció en una mezcla de desconcierto y resignación. ¡¿Qué?! Entonces, ¿para q