La voz de Livia cortó el aire de golpe—afilada, desesperada y más fuerte incluso que la furia de Damian.
—¡Solo quería protegerme! —gritó.
Las palabras quedaron flotando en la habitación como una bofetada.
Hasta la propia Livia se sorprendió de la fuerza de su voz. De inmediato se tapó la boca con ambas manos, los ojos abiertos de par en par.
—Lo siento —susurró detrás de los dedos temblorosos.
Los ojos de Damian se entrecerraron peligrosamente.
—Vaya. Cometes un pecado así de grande y todavía te atreves a alzarme la voz —su tono retumbó, chocando contra el techo—. Te dije que hablaras, no que gritaras.
—Lo siento —repitió ella, más suave esta vez, con la cabeza inclinada. Sus dedos temblorosos agarraron la manta, tirando de ella hasta apilarla frente a sí—su última línea de defensa.
—Solo quería protegerme —dijo de nuevo, con voz más clara aunque su mirada seguía clavada en el suelo. Esta vez no gritó, pero las palabras golpearon más duro, llenas de verdad magullada.
‘Tch. Lo mismo q