El siguiente asalto de la pelea ni siquiera había comenzado. Nadie sabía si acabaría pronto… o si estallaría en otra ronda de gritos hasta que los nervios reventaran.
Livia se preparó, los ojos apretados con fuerza.
Pero el golpe nunca llegó.
En su lugar, sintió la mano de Damian posarse sobre su cabeza.
No era una caricia suave.
Tampoco violenta.
Solo… pesada.
Sus ojos se abrieron lentamente.
—Lo siento —susurró—. Debí volverme loca, diciendo todas esas tonterías.
No se atrevía a mirarlo a los ojos, encogiéndose sobre sí misma.
Damian no dijo nada al principio. Bajó la mano. Luego levantó la otra, tomó su barbilla entre los dedos y obligó a su rostro a girar hacia él.
Livia resistió, apartando la cabeza. Su valor había desaparecido por completo.
—Así que… te gusto —dijo Damian, con un tono indescifrable—. ¿Ya te has enamorado de mí?
‘¿¡Qué?! ¿¡Eso es todo lo que entendiste de lo que dije!? ¡Ese no es el punto, idiota!’, gritó Livia en su mente.
Él se inclinó un poco, con la voz ahora